Maximilien Bruggmann es uno de los fotógrafos más importantes de Suiza. A lo largo de los años ha viajado alrededor de todo el mundo, pero su más profunda pasión siempre la sintió por el desierto del Sahara en África.
Mientras se encontraba en una de sus primeras misiones (1961-1962), pasó todo un año con los Tuareg, junto a seis camellos que adquirió para la ocasión.
En total ha viajado siete veces a Níger, a visitar a los nómadas o para buscar grabados en piedra y pinturas rupestres en las Montañas de Aïr.
La exposición abarca una primera fase entre Niamey, la capital administrativa, y Agadez, la ciudad más grande en las Montañas de Aïr, al encuentro de los Peul Bororo y luego de los Tuareg. Entre montañas y desiertos, hermosos y vastos paisajes esconden el legado de una civilización perdida que data de tiempos en que el Sahara era aún verde. Se pueden encontrar ahí pinturas rupestres que evocan la presencia del hombre y de toda una fauna extinta (bovinos, jirafas, etc.).
Hoy en día, el desierto es atravesado únicamente por caravanas de camellos que traen sal desde Bilma, comida para los campamentos e insumos para ser comercializados en el norte con pobladores del Tassili argelino.
Aman Iman – “El agua es vida”, dicen los Tuareg. El agua es escasa, costosa, indispensable. Las caravanas, que se detienen en pozos y bebederos provisionales, avanzan según las estaciones del año. Mientras los hombres atraviesan con sus camellos el Teneré, el “desierto de los desiertos”, las mujeres permanecen en el campamento y enseñan a sus hijos sus ancestrales tradiciones.